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Martín Di Lisio

Nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1980.

Escribe cuento, poesía, teatro y novela.

Obtuvo diversos premios y distinciones en Argentina, Uruguay y España en los géneros de narrativa y dramaturgia.

Publicó los libros de cuentos "Hacerse agua" (Editorial Municipal de Córdoba, 2011) y "Distancias" (Ed. Milena Caserola-El 8vo loco, 2013), y participó en diversas antologías.

Fue columnista de www.revistaaxolotl.com.ar entre 2005 y 2010.

Es Licenciado en Sistemas y cursa la carrera de Cs. Antropológicas en la Universidad de Bs. As."
 

Fragmento del cuento "Senguer".

 

"Me despierto de repente. Solo alumbra el fuego, Julieta habrá apagado la lámpara. Escucho de fondo el sonido del acordeón, desordenado, infantil ¿Julieta? ¿Qué hace Julieta con mi acordeón? Miro el reloj de la pared: once y cincuenta y cinco, me volví puntual sin necesidad de alarmas. Me paro y a pesar de la penumbra, porque el fuego de la leña titubea como si fuese una vela encendida que se mece con la brisa, veo algo que me desespera: las hojas de mi cuaderno del clima arrancadas, hechas pedacitos de papel, cientos de papelitos mezclados en el piso de la sala, sobre la mesa, algunos quemándose en el hogar.

—¡Julieta! —grito—. ¡Julieta! ¿Dónde mierda estás?

¿Qué hizo con mi cuaderno?, ella sigue jugando al ajedrez mientras duermo, no tiene horario para sus jueguitos.  Camino a paso rápido hasta el cuarto, hacia el sonido del acordeón. La encuentro en la cama, sentada y apoyada con la espalda en la pared. Me ve entrar y deja el acordeón a un costado, se tira en la cama, se hace una bola. La sacudo.

—¿Qué mierda hiciste con mi cuaderno? —le pregunto sin soltarla.

 Se cubre de mis cachetazos con las manos, se defiende en silencio, intenta pegarme alguna patada suelta. La dejo, vuelvo a la sala, en la radio suena otra canción igual de triste que la que sonaba un rato antes. Me calzo el abrigo y los guantes, busco las botas por todos lados, no las encuentro y salgo en alpargatas al frío de la noche, necesito terminar con todo esto. Afuera el mundo es negro y nieva, el piso es el mismo manto blanco de todos los días. Voy directo al cobertizo, debería sentir el frío de caminar sin las botas, pero la desesperación es más fuerte. Abro la puerta, enciendo la luz, me sorprendo. Frente a mí encuentro todas las herramientas y los leños tirados, desordenados en el piso. Y a un costado la masacre: las dos ovejas muertas, la sangre formando charcos en el suelo del galpón, las cabezas rotas, destrozadas a golpes con la pala ensangrentada. Quiero entender, me acerco,  me inclino ante los animales, les toco el cuerpo. De afuera llega un grito, es Julieta que me llama. Me paro y busco la escopeta: no está.”

 

 

 

 

 

 

Fragmento del cuento "El arte de Kiyoshi".

 

“Kiyoshi miraba caer la nieve sobre su jardín. Algunos copos se iban acumulando en las esquinas del ventanal. Más allá, pálida en la tarde, la aldea aguardaba paciente la noche del invierno al pie del monte Mitake. Esa visión le recordó el plan, la idea del plan.

Kiyoshi le dio la espalda al ventanal y quedó de cara al interior de la casa que parecía arder, fulguraba de tonalidades naranjas en el techo y en las paredes. Eran las luces de las velas encendidas sobre el piso de madera en cada uno de los extremos. En el medio, un shôji dividía el ambiente en dos partes iguales. Mis dos labores, decía Kiyoshi: de un lado, el origami; del otro, la magia

No había lugar para nada más en esa casa. El origami completaba el vacío que había dejado su hermano, el sitio donde solía montar su estudio de pintura. La magia le daba sentido al otro sector de la sala, a las noches solitarias de Kiyoshi, a la ausencia de Asami, su mujer.

Kiyoshi se sirvió un té, despacio, como atento a un ritual. Por azar, algún destello en la nieve le había traído el recuerdo de ese otro invierno: Asami, su hermano retratando a Asami, robándola en cada trazo, en cada pincelada de pintura, luego el cuadro colgado en un extremo de la sala, en el sector que luego ocuparía con la magia, allí el retrato de Asami sonriendo. Asami sonriéndole a su hermano.

Lo abatió el recuerdo de los días posteriores. La nota de Asami debajo del cuadro, el cuadro como única memoria que le quedaría de ella y de su hermano, las huellas de Asami en la nieve la noche de la huída, su mujer retratada también en esas marcas fugaces, sus pequeños pies sobre el piso blanco.”

 

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