asociación de
escritores
de tandil


Carolina Islas Neiner
Carolina Islas Neiner (Tandil, 1991).
Poetisa y escritora, desde los diez años.
Estudió en el colegio sagrada familia. Actualmente cursa la carrera de historia en la Universidad nacional del centro.
“Cuando un escritor apoya su lápiz sobre un papel, el alma se libera, y siente por unos minutos lo que es la libertad”
Cuarenta y ocho
“El cuerpo es la cárcel del alma”
Platón
“La muerte es el puente que nos hace convertirnos en algo mejor”
Alejandro Jodorowsky
El cielo se había vestido de gris, la lluvia lo acariciaba brutalmente, veía poco a causa de la niebla y el alcohol que había estado tomando.
La nueve de Julio, como en cada madrugada, permanecía habitada y Gustavo, tambaleándose, se chocaba con la gente sin darle importancia al impacto de los codazos y los empujones, caminaba con la mirada oscura y fija hacia delante, parecía poseído, transpiraba. Lo único que deseaba era llegar a ese lugar que inundaba su mente, usaba las fuerzas que aún le quedaban para eso.
Se frenó de golpe, dudó, se tocó el cinturón. Sí, ahí estaba.
Caminó a paso lento, perdido pero conociendo el lugar a donde quería llegar, eso lo ayudaría.
Dobló y siguió por la diagonal norte, el paisaje no había cambiado, el vapor blanco lo envolvía, y él andaba, casi sin ver, por ese lugar vacío.
Al fin, la podía ver, la casa de Dios. La observó. Se le llenaron los ojos de lágrimas, se le aceleró el corazón, se puso la mano en el pecho, sintió que le faltaba el aire.
Se acercó a la Catedral, se tropezó, al intentar levantarse se quedó arrodillado mirando su esplendor, miro hacia atrás y después hacia abajo, vio su rostro reflejado en un charco de agua… Ya no era él. El momento se acercaba, se vio lleno de luz.
Entró encorvado… Sabía que Dios estaba ahí, lo podía ver de más cerca, como un científico que observa a una bacteria bajo el lente de un microscopio. Se sentía lleno de angustia y temor, sabía, sin embargo, que era un iluminado, que había hecho lo que su corazón le gritaba con cada latido… Sabía que vivir, para él, no significaba solo respirar…
Se sentó en un banco, miró a su alrededor, se arrodilló lentamente y bajó la cabeza en actitud de oración.
Sacó una navaja y se dibujo una cruz en la mano, contempló la herida e irrumpió en un llanto que resonó en toda la Iglesia.
Derrochó lágrimas por unos instantes, luego alguien le tocó el hombro…
Levantó la cara y oyó su nombre…
- Gustavo…
- Padre Ignacio… he venido a buscarlo… se acerca la hora de mi resurrección y necesito que me escuche…
El cura le dio un pañuelo, el hombre aún entre sollozos se secó las lágrimas y la sangre.
- Quiero confesarme – dijo -
- Soy todo oídos Gustavo, eso ya lo sabés.
-He cumplido la misión que Dios me ha encomendado padre, sin embargo, creo que no de la forma que Él esperaba... por eso… por eso quiero contarle.
El cura se sentó a su lado. Gustavo empezó a hablar:
- Todo empezó cuando era joven… No recuerdo bien cuando… Creo que si abren mi cabeza, su interior estaría hecho pedazos, en migajas, como un espejo roto...
Pero seguro que mi estado mental fue bueno en algún momento… las fallas de mi memoria fueron las que me permitieron continuar…
Cinco años tenía la nena… Era hija de una amiga de mi madre… La ahogué en una pileta… Tuve miedo de que me descubrieran, pero todo el mundo creyó que era un
accidente… Además el terror de no poder respirar creo que fue suficiente daño para su pequeño cuerpo…
La segunda fue una de mis novias… ¡La mujer más buena del mundo! – Dijo sonriendo contento- Quizás hasta era más buena que mi mamá…
La até desnuda de pies y manos a una cama, le dí de tomar formol… se movía demasiado…
Finalmente le abrí el pecho con un cuchillo y le arranqué el corazón con mis manos…
Al tercero, que era pastor de una Iglesia y no sabía más que servir y ayudar a los demás, lo encerré, lo azoté, le puse una corona de espinas, lo colgué en una cruz, y lo prendí fuego…
El tipo era un verdadero instrumento del Señor, usaba su cuerpo para vivir bajo los mandamientos del Todopoderoso ayudando a sus hermanos…
- Gustavo! - Gritó el cura con miedo- No sé si lo que me decís es la verdad o no…
- Es verdad padre… las almas buenas – que se reflejan en la gente de buenas acciones y pensamientos no tienen porque hacerse carne, no tienen porqué respirar…
El cuarto, un profesor… ¿Debo aclarar que era un buen tipo o no Ignacio?
Ignacio negó con la cabeza, tenía los ojos llenos de lágrimas, temblaba…
- ¡Hijo mío! ¿Qué es lo que has hecho? Yo no tengo poder para perdonarte semejantes atrocidades…
Gustavo rió y le dijo – ¿Piensa que ya he terminé? … No padre, no…No me ha entendido nada…Por favor, tranquilícese y escúcheme con atención…
El cura asintió con la cabeza y Gustavo siguió hablando.
- Fueron cuarenta y siete… cuarenta y siete, padre… entre hombres, mujeres, niños y un bebé… Personas de bien que debían estar en el cielo y no sufrir la enfermedad de la existencia porque esto – dijo golpeándose el pecho – esto no es más que una epidemia, vivir acá abajo es un castigo, respirar para las almas benévolas, que no merecen vivir, que no necesitan pasar por ninguna prueba, es una pérdida de tiempo…Mejor es vivir bajo la mirada atenta de nuestro Salvador…
Los buenos son personas que nacieron por equivocación… son espíritus que viven iluminados y que deberían haberse quedado con Dios en el cielo eternamente…Vivir para algunos es una prueba, para otros, un cáncer, yo soy la cura para el cáncer, ¡yo soy la llave que libera a los presos del cuerpo, que no es más que una cárcel!
- ¡Hijo mío! ¡Esto es una locura!
El cura se levantó, Gustavo le tapó la boca y lo obligó a sentarse…
- Tuve que degollar, que mutilar, que violar, que disparar, que apuñalar, ahogar, asfixiar, envenenar, torturar… ¡Tuve que matar padre! ¡El cuerpo, calabozo del
Espíritu, oscuridad de la existencia, debía ser corrompido! ¡Tuve que matar padre! ¡Tuve que destruirlos, hacerlos sufrir!
- Lo sé…Tranquilo Gustavo, tranquilo…
- ¡Pero usted me cuestiona!
- Gustavo, No comparto el modo, mi percepción sobre la vida es otra…
- Ignacio, debes entenderme, era mi deber…Dios me lo pidió… ¿quería que le diera la espalda como la mayoría de los mortales?
- No, pero…
- Pero, siempre hay un pero, así la Iglesia se cae a pedazos…
- Hijo mío…
- Me cansó, ya no hay tiempo padre…Se acaba…
¿Que tiempo?
El tiempo, la vida… Tengo cuarenta y cinco años, cuarenta y cinco años respirando, transitando el infierno del mundo…cuarenta y cinco años sin poder resucitar…
Yo soy el cuarenta y ocho padre… Hoy me toca revivir…
-¿El cuarenta y ocho?
- Sí, estoy encerrado entre piel y huesos, es como estar muerto, soy el muerto que habla, ahora me toca resucitar…
Sacó un arma y disparó.
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